Recuerdo aquellos días cuando empezó mi despertar como mujer y dejé atrás la inocencia de la infancia. Sentí emerger una energía desde lo más hondo, sentí una embelesada y eléctrica sensación en mi cuerpo, me sentí viva y radiante, y supe que algo en mi interior estaba a punto de explotar. Empecé a sentir que aquello que se movía en mi interior era algo muy preciado para todos los hombres y creí que, si iba a ser una mujer de verdad, lo ofrecería como un don. Pero pronto fue obvio para mí que aquello tan precioso que recorría mi interior era ciertamente muy deseado y que, si iba a compartirlo, sería arrebatado y consumido, sin recibir el honor y respeto que se merecía. En otras palabras, me iba a convertir en un chivo expiatorio. Afortunadamente no tardé en aprender el juego. Si quería sobrevivir en un mundo de hombres, necesitaba proteger aquello que más valoraba, pero hice un largo camino antes de darme cuenta de lo que significaba ser una mujer joven viviendo en nuestra cultura occidental. Aprendí a esconder mi mundo interior y creé una fachada, un caparazón exterior que me ayudaba a salir adelante, costándome años de educación llegar a dominar el arte de fingir. Más tarde, sin embargo, necesité de dos décadas de esfuerzo concienzudo para desarraigarlo de mi vida, para sacarme de encima los condicionamientos que me mantenían separada de todo lo que es verdad en mí y que vive dentro de mí y de los demás. La primera oleada de pura vitalidad en mi cuerpo fue contenida sentada en las aulas, aprendiendo hechos y cifras para desarrollar mi cerebro. Mi cuerpo era ejercitado para mantenerlo en forma y ser ágil, pero nadie parecía tener interés en hablar de mi corazón, de mis sentimientos y de mi conocimiento intuitivo profundo. Todos los temas del corazón ocupaban un segundo lugar, manteniéndose en silencio en mi interior. Para la mayoría, la norma tácita estaba clara (a excepción de ocasionales estallidos emocionales que solían ser inconscientes y estar fuera de control), se toleraba el enfado –principalmente el de los hombres-, pero todo lo que en general supusiese pena y dolor tenía que ser suprimido y tratado como algo susceptible de ser arreglado o controlado. Aprendí que el eje central del Patriarcado se basaba en reprimir todo sentimiento, ejercer el control a través de la mente y luchar por alcanzar la perfección con el fin de recibir reconocimiento y valor. Se podría decir que esto es bastante justo puesto que es fundamental para el ego encontrar su identidad en el mundo, pero se supone que el ego es la estructura que protege nuestro tierno centro, el lugar donde se sostiene nuestra profundidad, y no algo desconectado de ello. El ego permanece desde nuestra niñez hasta nuestra vejez, pero para la mayoría de nosotros parece ser sólo nuestra propia manera de manejarnos, distanciándonos de la existencia oculta de nuestros corazones. Toda nuestra educación está enfocada sólo hacia lo externo, y lo interno es dejado de lado para encontrar su propio camino. Yo, por mi parte, me convertí en una buscadora de sentido, explorando más allá de nuestra realidad materialista, narcisista y complaciente del siglo XX. Así, en mis últimos años adolescentes, estuve en la India buscando una filosofía oriental que me permitiera encontrar la pieza que me faltaba. Me pasé años buscando entre las organizadas tradiciones masculinas para encontrar mi libertad interior, a Dios, la iluminación y estados superiores de conciencia, y aunque toqué las alturas y encontré un significado profundo en el Budismo, el Yoga y otras prácticas de meditación, ninguno de ellos trajo luz a las experiencias vividas en mi cuerpo durante mi adolescencia. Durante los últimos 5.000 años, la mayoría de las civilizaciones humanas han sido patriarcales de una forma u otra, pero el hecho es que el patriarcado moderno, y su revolución científica, nos ha alejado más que nunca de lo femenino más profundo. El movimiento de la liberación de la mujer, instigado por el asombroso coraje de muchas mujeres y hombres que lucharon apasionadamente por lo que hoy damos por hecho, ofreció a las mujeres sus derechos humanos, posibilidades socioeconómicas y opciones que ninguna de nuestras antepasadas podría siquiera haber soñado. Sin embargo la igualdad de la mujer en la sociedad moderna es tan sólo una puerta a través de la cual ahora podemos empezar a reclamar la feroz y radiante vitalidad de lo femenino profundo.

 

El Centro del Patriarcado

Con poco más de 20 años acabé perdiendo el contacto con aquella esencia femenina de mi cuerpo y, a fin de pertenecer a algo, caí bajo el hechizo del Patriarcado. El Patriarcado es una manera de interpretar nuestra existencia. Si tuviera que nombrar el aspecto del Patriarcado que ha tenido mayores consecuencias en los términos de la crisis colectiva que estamos viviendo hoy en día, diría que es la prioridad de la mente sobre el cuerpo. Y si tuviera que hacer una lista de todo lo que era valorado en el Patriarcado y todo lo que era reprimido, sería algo así:

La mente sobre el cuerpo

Logos sobre Eros

El ansia de poder sobre la voluntad de amar

Lo universal sobre lo particular

Dios sobre la humanidad

Lo masculino sobre lo femenino

Lo externo sobre lo interno

El derecho sobre el izquierdo

La conciencia sobre la inconsciencia

El cielo sobre la tierra

El hacer sobre el ser

El hacer sobre el ser

El orden sobre el caos

El placer sobre el dolor

La perfección sobre la imperfección

La estructura sobre lo fluido

La división sobre la unidad

El centralismo sobre la diversidad

Lo lineal sobre lo cíclico

Las palabras que están a la derecha (hemisferio derecho) representan lo femenino, que ha sido silenciado, y la perturbación que vemos hoy en el mundo son las consecuencias y síntomas de la división de lo masculino/femenino. A las mujeres se les asignó el cuerpo, la materia, lo particular, el individuo y a Eros, y los hombres se llevaron el resto. Las mujeres eran estúpidas, su trabajo fue silenciado, su intuición y su instinto desconocidos, no declarados, no expandidos e ilegítimos. Las mujeres se volvieron objetos (cuerpos) para los hombres, los sujetos (mentes). Las mujeres de hoy han conseguido igualdad social pero aunque podamos votar, conducir coches y tener casi igualdad de salarios, seguimos respirando, hablando y moviéndonos dentro de un paradigma que es esencialmente patriarcal. Para las mujeres esto ha representado, y aún representa, que para llegar a tener poder en un mundo hecho por el hombre necesitamos valorar y desarrollar lo que es más valorado en el mundo de los hombres. Para poder sobrevivir, muchas de nosotras nos comportamos como un hombre travestido, mientras otras siguen jugando el rol, definido por el hombre, de la muñeca Barbie, la mujer sumisa, la muñeca perfecta.

Durante mis años en la India aprendí a no identificarme con el cuerpo y a trascender mis sentimientos y sensaciones utilizando los poderes de la sabiduría superior practicados por los Lamas. Incluso mis profesores llegaron a decirme que para que las mujeres fueran iluminadas necesitaban crear el suficiente buen karma para poder reencarnarse en un hombre. Podría contar infinidad de sucesos que señalaban que, como mujer, yo seguía siendo inferior, y que si deseaba poder debía parecerme más al hombre. Y por supuesto, en aquella época, yo intentaba hacerlo lo mejor que podía. Lo que intento señalar es el hecho de que gran parte de lo que realmente necesitamos desvelar está todavía bajo tierra. Lo femenino en nuestro interior (todas las cualidades de la derecha de la lista anterior), su verdadero y auténtico pensamiento creativo, su voz, sus sentimientos y su profundidad, todavía sigue silenciado. Lo podemos ver en ámbitos como la sexualidad, la medicina, la ley, el nacimiento, la muerte y la educación, todos ellos han sido gradualmente deshumanizados en nombre del progreso. Pero no me malinterpretes, no estoy rechazando nuestra historia. Honro profundamente a los hombres y a lo masculino. Me encanta su productividad, su sentido de dirección, su capacidad de hacer, su habilidad para dirigir y ser rápidos. Me encanta el poder y la claridad de pensamiento, la filosofía, el conocimiento y las ciencias. Me encanta la capacidad de mando del hombre, su virilidad y su coraje, y siento respeto por todo lo que hemos construido durante el último milenio, pero necesitamos acoger lo que hemos rechazado. Quizá la actual crisis ecológica y sociopolítica es un punto crucial que nos evoca un nuevo paradigma. Lo femenino es un principio universal que vive dentro de los hombres, las mujeres, los animales y los reinos vegetales. Debido a su biología, la mujer tiene una privilegiada afinidad con ello, al igual que los hombres tienden a tener una afinidad con lo masculino. He llegado a sentir que quizá el progreso era justo lo que necesitábamos, y por ello lo femenino debía ser reprimido, pero mi corazón me dice que no podemos seguir adelante si no reclamamos lo que ha sido rechazado a lo largo del camino. Ahora la división vive muy dentro de todos nosotros. Todos estamos ocupados reprimiendo lo femenino. A menudo escucho a la gente hablar de la Gran Madre y la Diosa utilizando mejor o peor el lenguaje del paradigma patriarcal.

Y últimamente he recibido muchos correos que intentan dar valor a las mujeres ridiculizando a los hombres y burlándose de ellos. Al mismo tiempo, el síndrome del alargamiento del pene es un reflejo de la débil masculinidad experimentada por los hombres, mientras que las mujeres traen su propia dosis de testosterona a casa y al trabajo. Pero todo esto tan sólo sirve para perpetuar la división y la perspectiva dual entre lo superior y lo inferior, entre el perseguidor y la víctima. Después de dos décadas reclamando y honrando repetidamente lo femenino, he llegado a sentirme radicalmente femenina. Es decir, radicalmente libre para ser quien soy, y éste es el primer desafío. Me siento libre para ser, y ‘ser’ significa un infinito flujo continuo, hoy me siento así y mañana me sentiré distinta y pensaré un poco diferente. La libertad consiste en permitirme todos estos cambios, en dejarme fluir, a pesar de que el pensamiento me diga que lo que se espera de mí es que sea más o menos la misma. Nuestros pensamientos condicionados por el Patriarcado nos dicen que mantengamos una postura, una ideología y un rol y que estemos sujetas a definiciones abstractas, unas definiciones que son rígidas, basadas en el miedo y que pretenden controlar el inevitable flujo de la vida. Quizá estarás pensando que es crucial mantener una postura y un rol, de lo contrario tendríamos una anarquía interna y externa. Yo no estoy a favor de la amputación del polo masculino, lo que intento señalar es la pérdida que experimentamos cuando nos mantenemos siempre en una única postura, sin el movimiento sensual siempre cambiante de la experiencia directa y el saber cómo movernos con las diferencias y responder con flexibilidad. La verdad es que necesitamos ambas cosas. Necesitamos las dos piernas para caminar sobre la tierra y, de forma similar, necesitamos sentir el amor y el pensamiento, la base y la meta, necesitamos prestar atención y caminar sobre la tierra y estar abiertos al espíritu. Vemos esta fluidez en la naturaleza, en constante cambio, con patrones que evolucionan y que se sostienen dentro de un total cohesivo. Lo único que no cambia es el cambio. Para poder permitir este flujo necesitaba estar en contacto de forma directa e inmediata con mi mundo interior, con mis cinco sentidos, mis órganos, mi corazón, mi útero, mis sentimientos, mi percepción y mi mente. Poco a poco, y a medida que empecé a confiar y a escuchar la suma total de un CUERPO experimentando, que aunque no me lo decía todo sí me decía todo lo que necesitaba saber en cada momento, empecé a reconectar con esa temprana presencia erótica que había sentido en la adolescencia. Empecé a sentir de nuevo un tirón hacia abajo, hacia el latido de la tierra, aportándome la seguridad, el fuego y el sentido de pertenecer que había aprendido a buscar en otras personas y en las experiencias externas. La vida desde esta perspectiva se convierte en un verdadero acto cocreativo. Y este acto cocreativo enlaza mis dos realidades, la interna y la externa. La experiencia de lo femenino encarnado va más allá de la dualidad, acoge las diferencias como ingredientes esenciales del baile de la aparente dualidad. Necesitamos aprender a pensar de forma visceral y llevar nuestros pensamientos al corazón. Enlazando todas esas aparentes divisiones aprendidas, podemos volver a fluir tanto dentro como fuera.

 

¿Exactamente qué es lo Femenino?

Durante los últimos años he estado enseñando un baile de hace 7.000 años. Este baile da poder a las mujeres a través de la experiencia de nuestro cuerpo como una fuente de conocimiento espiritual. Para una evolución personal y global, aprendemos a enraizar este conocimiento profundamente en nuestros cuerpos. A través de este baile, podemos poner el cuerpo masculinizado y la mente en exceso enfatizada de la civilización occidental en armonía con nuestra inteligencia interior, capaz de conectar con la inteligencia de las plantas, los minerales, los animales y los elementales, y también con la de las demás personas. De nuevo podemos aprender a sentir profundamente y a dirigir nuestra energía. Es tan emocionante ser testigo de mujeres que se vuelven radiantes y se conectan a su sexualidad subjetiva, y escuchar sus corazones hablar de su conocimiento profundo del momento, fresco, espontáneo y vivo.

¿Dónde buscar lo femenino pues?

Lo femenino es aquel dolor que sentiste ayer sin saber porqué. Está en la incomodidad que sentimos cuando visitamos a un amigo o a nuestra madre. Está en aquella tímida y silenciosa duda que aparece cuando piensas en tu boda, tu trabajo o tu profesión. Está en la velada voluntad de hacer algo que ni siquiera estás pensando en hacer, y que no se te permite hacer. Lo femenino está escondido en la artificialidad que utilizamos cuando estamos con ciertas personas. Nos está tocando cuando sentimos ansiedad, en las noches de insomnio, en la depresión y en el repentino aumento de tristeza. Está en aquel dolor que no estamos dispuestas a sentir. Está en la adicción en la que estamos atrapadas. Está en las explicaciones y distracciones que creamos para huir de la experiencia interior que nos causa dolor. Está en las distorsiones que creamos para no admitir la verdad desnuda que nos quiere liberar. Es como esas contracciones del parto que finalmente se van, pero que nos dejan cambiadas y diferentes. Está en el cuerpo que nos pide cuidados, y sin embargo no somos capaces de escapar de la rutina. Está en el llanto silencioso por la poca atención que prestamos a nuestros sueños. Es el grito contra el miedo, miedo al cambio, miedo a equivocarnos, miedo a la vergüenza, miedo a nuestra soledad. Está en la profunda decepción después de la relación sexual que no ha traído las bendiciones más profundas de la promesa de amor. Está en los sollozos cuando permanecemos invisibles, sin ser tocadas por la belleza, por la vida y por los demás. Está en la respiración incompleta que nos mantiene alejadas de la frecuencia de la tierra, de nuestras raíces y de lo que estamos sintiendo.

Y estamos en el Patriarcado cada vez que nuestras palabras no se ajustan a lo que realmente sentimos y a lo que realmente queremos. Estamos en el Patriarcado cuando nos mantenemos en la separación entre el cuerpo y la mente. Estamos en el Patriarcado cuando damos discursos preciosos (sobre la tierra, la diosa y lo femenino), pero no nos identificamos con ellos en nuestras vidas cotidianas, en nuestros sentimientos, en nuestras relaciones ni nuestros pensamientos. Estamos en el Patriarcado cuando no llevamos la conciencia a nuestras sombras. Cuando cerramos los ojos nos convertimos en cómplices por mantener las estructuras que nos encierran en formas preestablecidas. Estamos reafirmando el Patriarcado cuando nos separamos del mundo, viviendo solamente nuestras vidas privadas, cuidando de “nuestras cosas”, estamos confabulándonos cuando ‘por amor’ aceptamos un rol y entramos en el silencio.

Ese zumbido incómodo que está en nuestro interior es la serpiente de lo femenino profundo que reclama su sacrificio, te está pidiendo parar y buscarte a ti misma. Ella está contigo, ella te ama con humildad, pasión y claridad. La verdad desnuda es que estar viva no es una aventura romántica de color de rosa (ésa es la ilusión, el velo que ha tapado tus ojos). El hecho es que el nacimiento duele y nuestra entrada al mundo está llena de sangre, desorden y vísceras. Crecer y convertirse en algo duele. Sí, es doloroso perder nuestra inocencia, pero a pesar de ello siento que lo que más duele es nuestro apego romántico al mundo de color de rosa, y nuestra valoración ñoña y romántica de la perfección, sobre y por encima de la sabiduría de estar completamente viva.

Durante mi niñez recuerdo que rechazaba las mentiras y reclamaba la verdad, sin entender nunca por qué me presentaban las cosas de ese modo. Hubiera preferido saber lo que era real desde un principio, ver a una mujer dar a luz y recibir honores y regalos de aquéllos a quienes les importaba (en lugar de una figura abstracta como ‘Papá Noel’). Cada cuento de hadas nos apunta hacia el momento de la traición en el camino del héroe o la heroína, cuando pierden la inocencia y tienen que encontrar la oscura, dolorosa y poco romántica realidad. Sin embargo, a pesar de haber sido adormecidas constantemente y de haber estado llenas de fantasías impuestas desde nuestra niñez, recibimos duros golpes. Pero no podemos echar para siempre la culpa a nuestros padres por no habernos dado la ternura que nos faltaba. Su situación era todavía más dura. Desde la perspectiva femenina me gusta ver la verdadera inocencia como la ternura de nuestros corazones que quiere amar, y que insiste en amar a pesar de los duros golpes, sin importar cuántos sean. La cuestión es cómo hacernos más fuertes y aprender de las lecciones de la vida sin perder nuestra ternura, sin desarrollar el caparazón que nos hace impenetrables a la vida y al amor que somos. ¿Y no es precisamente esto lo que hemos perdido de vista e infravalorado (todo aquello que es indispensable para mantener el corazón tierno y radiante que somos)? El dolor implícito del crecimiento en lo femenino nos ofrece la posibilidad de discriminar, de aprender a amar más eficazmente y de usar el tiempo limitado de nuestras vidas de la mejor manera posible a pesar de la compleja condición en la que nos encontramos. Los mitos griegos hablan de las tribulaciones de los dioses, sin embargo para mí hablan del despertar de una humanidad totalmente encarnada, en y a través del doloroso viaje que es experimentado por los dioses y las diosas que somos.

 

¿Por qué Escogemos Nutrir?

¿Por qué crear modelos nuevos? ¿Todas las mujeres son nutridoras? Todos somos nutridores cuando nos abrimos a lo femenino. Algunos de nosotros nutrimos el consumismo, el fútbol, la cerveza, las revistas del corazón, el Playboy, etc. Algunos otros nutrimos los nuevos valores. Es cuestión de elegir, y para poder escoger necesitamos ser conscientes de lo que estamos haciendo y de las consecuencias de nuestros actos, opciones y perspectivas. Necesitamos hacernos conscientes del impacto en el mundo que está causando nuestra forma de pensar y de vivir. Los días del discurso teológico sobre Dios como una entidad abstracta, como algo universal pero ausente de lo personal, están llegando a su fin. A eso yo lo llamaría masturbación mental, te puede aportar placer pero no da ningún fruto. Ahora estamos llamados a tener una mente erótica y un corazón pensador, con pensamientos que nos toquen de forma visceral y que estén enraizados en nuestra experiencia, y no con pensamientos abstractos que no tienen nada que ver con lo que sentimos. Este tipo de pensamiento nutre nuestra capacidad de sentir tanto el dolor como la alegría, y de estar con el dolor de los demás y el del mundo, sin respuestas rápidas y acciones que nos priven de actuar desde el corazón, es la acción que surge de experimentar la intimidad con el otro. Como mujeres y como hombres necesitamos volvernos conscientes del ‘otro silencioso’ en nuestro interior, el que hemos ignorado durante tanto tiempo, el que conversa con nosotros en lo desconocido, el que nos envía mensajes, sensaciones, señales, intuiciones repentinas, pensamientos no deseados y pensamientos que nos salvan. Sólo cuando entremos en auténtico diálogo con nosotros mismos será posible el auténtico diálogo con los demás.

Sin eso, sólo existen encuentros prefabricados acordes con roles, estilos de vida y pensamientos similares;; no nos encontramos como seres libres, vivos y en movimiento, auténticos y libres. En la medida que dirigí mi atención a lo femenino profundo hacia mi interior descubrí que no siempre fui buena y bonita. Encontré mis cenizas, lo oscuro -que es humano-, y si eso estaba en mí, también estaba en todos. Pero he llegado a confiar en todas las estaciones y en todos los ciclos y ahora empiezo a equilibrar el peso en mis dos piernas y mis pasos se están volviendo más elegantes, más efectivos y conectados. Nuestra manera de pensar y de amar es lo que cambia nuestras vidas y el mundo. Entrar en lo femenino significa interpretar lo que dicen nuestros cuerpos en su totalidad en cada instante y escuchar qué es necesario en cada momento. Este tipo de diálogo nos aleja de la alineación con el mundo del pensamiento abstracto y nos acerca a la conexión íntima y profunda con la totalidad.

Acogiendo lo femenino – Un paradigma relacional
Como mujeres hasta ahora hemos estado al servicio de los valores patriarcales marcados por los hombres. Hemos servido a los hombres que están sirviendo a los ‘objetivos superiores’ que forman nuestra historia, dándoles las condiciones materiales y el afecto que necesitan para que puedan gobernar. Hoy en día todo está un tanto agitado y estamos siendo testigos de un largo proceso de transición histórica, pero aún serán necesarias varias generaciones para llegar a acoger completamente los auténticos valores encarnados. Nuestros corazones saben que no somos testigos inocentes (observadores) de la evolución, sino que nosotros somos la evolución en sí y que la estamos creando ahora mismo. Por mucho que las nuevas tendencias nos animen a vivir ‘en el ahora’, nuestras vidas no son sólo el resultado de este momento. La tierra sobre la que hemos caminado colectivamente es el fundamento sobre el que caminamos hoy.

Las mujeres eran esta base. Las mujeres eran esta base. El mundo que gobernaron fue la base para la evolución de las culturas humanas, y también de la conciencia humana. Aquel inicio son los brazos de la madre, la cuna, el hogar, lo acogido y lo abrazado, el afecto, la comida, la ropa limpia, la escucha, la paciencia, la perseverancia, la fuerza de carácter, la fe, la confianza, la docilidad, la belleza, la presencia, la continuidad de las especies, la base y la tierra que suplica reverencia y reconocimiento.

Como mujeres, estamos llamadas ahora más que nunca a escuchar nuestros cuerpos y a fijarnos cuándo estamos actuando con los mismos mecanismos que nos están oprimiendo. Necesitamos confiar en que el cuerpo nos está hablando. El cuerpo somatiza y siente todo aquello a lo que no se ha dado voz. Como mujeres hemos olvidado confiar y valorar lo que sentimos. Los hombres hacen lo mismo (multiplicado por 100) puesto que les ha sido prohibido tener cualquier diálogo con sus e- mociones y sentimientos, les ha sido prohibido sentirlos. Mi marido y yo dirigimos una organización que se llama ‘El Proyecto de la Cultura que Honra’. Impartimos cursos para hombres, mujeres y parejas, para que ambos se empoderen tanto de lo masculino como de lo femenino y den lugar a este cambio de paradigma.

Por lo general, es la mujer la que tiende a somatizar (expresar síntomas a través del cuerpo) la enfermedad en nuestras relaciones íntimas. Compartimos este trabajo con una pareja en la que la mujer sufría dolores de cabeza y que acabó identificándolos como ‘sus gritos a todo lo inexpresado en la relación’. Su marido se defendía alegando que ése no era su problema y que lo que debía hacer era tomar paracetamol. Durante los primeros años ella le complació, hasta que un día decidió escuchar sus dolores de cabeza y dejar de tomar los analgésicos. Entonces empezó a expresarle su miedo y a hacerle ver la energía pasivo-agresiva que él esparcía por toda la casa mientras mantenía el rol de hombre bueno y simpático. Y finalmente llegó el momento en que él explotó, y entonces ella dejó de tener dolores de cabeza para siempre. Al negarse ella a mantenerse en silencio, él empezó a escuchar, preguntándose por la relación que había entre los dolores de cabeza con su relación de pareja, y finalmente su distante pero cómoda relación se volvió real y llena de pasión y vida.

Este nuevo paradigma invita a los individuos y a las parejas a convertirse en aliados. Si queremos unir el espíritu con la materia, y el cuerpo con el pensamiento, es necesario que Él y Ella estén unidos y acepten el cambio y la transformación que su unión va a ocasionar. El cuerpo no habla con palabras, se comunica a través de sentimientos y sensaciones, al igual que la tierra. Como mujeres, poseemos la matriz -donde reside nuestra mayor capacidad para sentir- para ser receptivas, lo cual no es algo pasivo, sino una sensibilidad activa y una respuesta a los estímulos. Necesitamos honrar nuestro conocimiento, soportando todas las voces de nuestros condicionamientos, y escuchar la presencia erótica en nuestro útero, en nuestra matriz, en la añoranza de nuestros corazones, volviendo a traer aquello que ha sido enterrado bajo tierra y así poder caminar de la mano y guiar los actos del Hombre y de la Mujer con la confianza renovada y los corazones abiertos.

Y quizás, quién sabe, por primera vez en la “historia del hombre”, Logos y Eros podrán escucharse el uno al otro, y hacer amor el uno con el otro, en lugar de mantenerse separados para siempre, reduciéndose a sí mismos a tener sexo y al mero hecho de estar juntos. Cuando el Gran Masculino y el Gran Femenino vivan a través de nosotros podremos enriquecernos mutuamente de formas que hasta ahora sólo estaban en nuestra imaginación, o como me sucedió a mí, a través de la infancia en mis inicios de los años de pubertad en ciernes.

Todos los cambios nacen dentro de nosotros, todos los descubrimientos científicos, los ideales, el arte y las revoluciones. Nacen de lo oscuro y lo profundo de nuestro interior, y es a esa oscura y profunda base donde necesitamos volver, y nosotras como mujeres guiamos el camino. Cuando la mente (Logos) y el cuerpo (Eros) se amen de nuevo, este amor dará su fruto y transformará nuestra realidad, nos hará capaces de sentir la presencia divina y erótica de estar vivos en este glorioso planeta tierra.

Elisabeth Josephs-Serra